miércoles, 17 de julio de 2013

1995. PETRA - LA CIUDAD TATUADA

13 de octubre de 1995

Habíamos salido dos días antes de Madrid a un viaje de casi un mes que nos llevaría a descubrir algunos lugares mágicos de varios países y a personas increíbles. Ese día nos esperaba uno de los sitios más impresionantes del Planeta, la ciudad abandonada de Petra, en Jordania. Es un destino turístico muy conocido y sabíamos que en las horas centrales del día se llenaría de visitantes. Habíamos llegado la noche anterior en un coche de alquiler desde Ammán, pasando por el Mar Muerto y por carreteras desérticas con algunos controles periódicos de policía. Los agentes, después de pedirnos las oportunas licencias, con una amable sonrisa nos decían lo que luego sería repetitivo: Welcome to Jordan!!

Días más tarde, en Ammán, casi nos morimos de la risa cuando unos chicos jordanos que se ofrecieron a acompañarnos a donde fuésemos e invitarnos a algo, en un inglés casi ininteligible, nos explicaron que su Rey Hussein les había enseñado que tenían que ser amables con los extranjeros y que ese día nos había tocado a nosotros. 

A las 6:30 de la mañana con los primeros rayos del día estábamos en la puerta del recinto de Petra. Tan solo un par de turistas delante de nosotros. Adquirimos la entrada y nos dirigimos hacia el Siq al que se llega tras caminar unos 500 metros. Teóricamente en este corto tramo te asaltan para venderte todo tipo de visitas guiadas, pero a tan temprana hora ni siquiera habían puesto los camellos.

El Siq es un cañón de unos dos kilómetros de largo y 100 metros de alto, aunque su anchura no sobrepasa los 5 metros. Los tonos rojizos de las paredes y las formas caprichosas que formó el supuesto río que por allí algún día pasó, lo hacen realmente espectacular. Esta es la única entrada “fácil” a esta ciudad que fue capital del reino nabateo allá por el siglo VI A.C. porque el resto, está protegido por inmensas moles de piedra que la hicieron prácticamente inexpugnable durante siglos.

Por fin, cuando ya empezábamos a estar cansados de tanto pasillito apareció ante nuestros ojos el símbolo por excelencia de Petra, la fachada excavada en la roca de El Tesoro, inmortalizada en “Indiana Jones y la Última Cruzada”, y que a esas horas de la mañana, sin nadie más que los vendedores de recuerdos más madrugadores, está francamente bonita.

En Petra todos los edificios están excavados en la roca y las fachadas tan cuidadosamente esculpidas dan paso a cavidades en la montaña en donde se veneraban a los dioses o que en muchos casos, servían de vivienda. Ello, unido al entorno natural de montañas y desierto y al hecho de que haya permanecido abandonada y escondida desde el siglo VIII hasta principios del siglo XIX hacen de ella algo único.

Continuamos por el camino principal, que si bien seguía entre montañas, ahora era bastante más ancho. Aquí y allá íbamos descubriendo cuevas en las paredes de las montañas, cada una con su fachada fabulosamente esculpida en la piedra.

En lugar de seguir por el camino clásico, en el que se ve el anfiteatro, subimos a lo que llaman uno de los sitios altos: el Alto Lugar de los Sacrificios. Hay unas escaleras empinadísimas que van subiendo por la montaña y que pueden tener un desnivel de unos trescientos metros. En lo alto, aparte de unos obeliscos y tumbas, lo que nos encontramos fue con una vista panorámica de todo el entorno, con la ciudad metida entre las montañas, sin ningún edificio construido, sino todos excavados. Desde allí también se divisaban los valles de alrededor.

La ciudad gozó de varios siglos de esplendor, pues se encontraba en una de las rutas comerciales que llevaban especias e incienso desde Egipto hacia Europa. Cuando aquellas rutas cambiaron, entró en declive y una serie de terremotos terminaron de convencer a sus habitantes de que la abandonaran. 

Estuvimos un buen rato en el borde del barranco, disfrutando de la vista. Daba bastante vértigo mirar hacia abajo. Después empezamos a bajar por el otro lado de la montaña. No había prácticamente nadie y por aquella ladera también descubrimos varios templos menos conocidos pero imponentes, como la que llaman la Tumba del Soldado y el Triclinium. Al bajar del todo, nos incorporamos al camino principal, donde había chiringuitos con toldos en los que las hordas de turistas se refugiaban del sol abrasador del mediodía. Nosotros paramos a tomarnos una Pepsi y allí conocimos a una pareja de españoles que habían estado en Vietnam, un país que nos encantaría visitar.

Cuando viajas de manera independiente, fuera de los grupos organizados, tienes más oportunidad de entablar conversación con otros viajeros o con los locales.

Con ellos subimos hasta El Monasterio, que es el templo más alto y el más alejado de la entrada a la ciudad. Allí nosotros decidimos quedarnos a ver el atardecer. Cuando aún faltaría como una hora para que oscureciese, dos policías vinieron a preguntarnos si pensábamos quedarnos a ver la puesta de sol. Se quedaron tranquilos cuando les dijimos que llevábamos linternas. Fue un momento mágico, allí solos, con la ciudad iluminada por unos rayos oblicuos, suaves y dorados que dotaban de volumen a cada fachada.

Cuando empezó a oscurecer decidimos bajar. Resultó que los dos policías y el chavalín del último chiringuito estaban esperándonos para cerrar, así que cuando vieron que nos acercábamos, ellos también se dirigieron a la salida a paso rápido. A mitad del camino ya era noche cerrada. Tan sólo nos encontramos con los camelleros que nos ofrecían llevarnos hasta la puerta en “happy hour”. Desde lo alto del Monasterio tardamos alrededor de una hora y media, caminando a buen paso y sin parar. En el Siq la oscuridad era total y el cielo apenas se veía entre las ranuras del cañón. Entramos los primeros y salimos los últimos de Petra aquel día.

A la salida, todos sudorosos nos tomamos una cervecita en un hotel de lujo que hay en la puerta y cuando nos íbamos hacia nuestro hotel, de menor presupuesto, ocurrió una anécdota graciosa. Nos dirigimos al coche, lo abrimos con la llave, lo arrancamos y cuando ya estábamos maniobrando, vimos a un hombre que salía corriendo hacia nosotros gritando. No entendíamos nada, hasta que comprendimos que nos decía que nos estábamos llevando su coche. Efectivamente tenía razón, el nuestro estaba aparcado unos metros más allá y ¡funcionaba con la misma llave!

Jordania fue el primer destino de aquel viaje que días más tarde nos llevaría a la India y a Nepal. No era nuestro primer viaje al extranjero pero sí la primera vez que visitábamos Asia. Los días siguientes nos iban a descubrir un mundo de nuevos colores, de nuevas creencias, de personas hospitalarias, de compañeros de viaje ocasionales y paisajes grandiosos. 


jueves, 11 de julio de 2013

¿TIENES DUENDE?

¿Alguna vez has oído la expresión “tienes duende”?

¿No me digas que nunca te lo han dicho? Todos los niños tenéis un duende que vive dentro de vosotros. Es pequeñito, casi invisible.

Cuando tienes ganas de reír, tu duende te está haciendo cosquillas por dentro de la tripa. Y cuando juegas, en realidad el duende está corriendo por todo tu cuerpo, desde la cabeza hasta los pies, por eso no te puedes estar quieto.

¿Te has fijado que tu mamá sonríe cada vez que te ve? El duende que habita en ti le está lanzando destellos con su linterna mágica a través de tus ojos.

Y ¿por qué lloras? Pues porque el duende a veces se pone a cocinar y le encanta picar cebolla y ¡madre mía, cómo pica!

Los duendes hablan entre ellos en su idioma y no todos se llevan bien. A veces se enfadan y cuando el tuyo se enfada, a ti te entran ganas de pelearte con tu hermano o incluso con tu mejor amigo.

Les encanta comer cosas fresquitas, como la fruta, que les da mucha energía igual que a ti.

¿Eres muy bueno contando chistes? Eso es que a tu duende le encanta jugar en el laberinto de tus oídos, como si fuera un tobogán.

¿Se te dan bien los deportes? Seguro que te ha tocado un duende fortachón, que se ha montado en tus piernas un gimnasio.

Hay duendes funambulistas, que van haciendo equilibrios desde un riñón al otro y entonces, es cuando tú no puedes aguantarte para ir al baño a hacer pipí.

A la mayoría de ellos les gustan los niños que leen, porque uno de sus juegos favoritos es coleccionar las letras de los cuentos y por la noche, mientras duermes, las ordenan de otro modo y crean historias fabulosas que luego las dejan en tus sueños.

Son incansables. No paran quietos ni un segundo.

Cuando nos hacemos mayores, muchos de nosotros nos olvidamos de nuestro duende, entonces él se queda dormido en un largo sueño, como el de los osos en invierno, y nosotros nos volvemos serios y poco divertidos.

Pero a veces, cuando jugamos con vosotros, con los niños, nuestro duende se despierta y volvemos a reír y a inventar historias y a soñar.

Mi duende se llama Elfie. Me enteré porque una vez cuando era pequeño me desperté en mitad de la noche y le pude oír trajinando con mis sueños y cantando una canción. ¡Eh, tú! ¿Quién eres? – le pregunté. ¿Pues quién voy a ser? – me respondió sorprendido- ¡Soy Elfie, el duende que vive en ti!

¿Y tú? ¿Ya sabes cómo se llama tu duende?

domingo, 7 de julio de 2013

UN VERANO MÁS


Son las tres de la madrugada. Un verano más estoy junto al mar de Cádiz. Uno más. Me parece milagro.
Esta mañana tuve sesión de quimioterapia en Madrid y ahora, los corticoides ganan la batalla al Orfidal. Insomnio.

“Tranquila, son las drogas. Conoces bien sus efectos secundarios.”

En el dormitorio el ambiente es denso. Salgo al jardín. Aquí en cambio la atmósfera es húmeda y fresca. La marea está alta y las olas parecieran romper contra el muro de la casa. Sobre la playa, apenas iluminada, se levanta una suave bruma que intenta colarse hacia los jardines y que, sin embargo, no consigue eclipsar el maravilloso espectáculo del cielo sin luna.

Respiro, siento, vivo.

Veo una estrella fugaz. Deseo.