miércoles, 2 de octubre de 2013

EN EL «GHAT» GANGAUR

Sajjan Singh se levantó temprano aquel día, al amanecer. Era una costumbre que había adquirido desde hacía un mes, cuando se trasladó al palacio de verano sobre el Lago Pichola.

Entre los meses de abril a junio, cuando las temperaturas subían hasta alcanzar los cuarenta y cinco grados, la familia del Maharajá de Mewar, al completo, abandonaba el palacio de invierno en el centro de Udaipur, para disfrutar del clima más fresco que aportaba la humedad del lago.

Desde la terraza noreste de su palacio-isla, se relajaba contemplando a lo lejos la actividad que, ya desde tempranas horas del día, se desarrollaba en el «Ghat» Gangaur. 

En aquellas escaleras que descendían hasta las aguas del lago, hombres y mujeres acudían diariamente a su aseo personal. Los hombres, ataviados con una tela de algodón blanca que ataban a su cintura y con la que apenas cubrían sus partes íntimas, se metían en el lago y se enjabonaban todo el cuerpo, incluso la cabeza.

Unos metros más allá, las mujeres con sus saris de vivos colores descubrían sus pechos y procedían igualmente a enjabonarse el cuerpo de manera que no se les viese nada más.

Un ritual diario antes de que cada cual se dirigiera a sus actividades cotidianas, de acuerdo a su casta.

Poco después llegarían las «dhobi», aquellas mujeres con enormes fardos de tela sobre su cabeza y una pala de lavar en las manos. Era relajante verlas trabajar, lavando las prendas al ritmo acompasado de sus palas de madera, con las que golpeaban las telas sobre los escalones del «ghat». 

En invierno, Sajjan Singh solía acudir a los «ghats» vestido como uno más, escondiendo su condición de rey. Le gustaba observar de cerca a su pueblo. Y en aquella mañana de verano, aunque más alejado, aún podía evocar las conversaciones risueñas de las mujeres mientras lavaban la ropa.

Fue en una de esas incursiones de incógnito como se fijó en Lata, una lavandera joven de ojos profundos. Su sari de color naranja que le moldeaba una silueta de bonitas curvas, sus pies descalzos, su larga melena negra… rebosaba sensualidad y sin embargo, su mirada desprendía tristeza cada vez que, disimuladamente, posaba los ojos en uno de los muchachos que se bañaban, al otro lado de la barandilla.

Indagando, descubrió que Lata, que apenas tenía quince años, había contraído matrimonio a los cuatro con un hombre joven que trabajaba junto a su padre, en el teñido de telas. Cuando llegó a la pubertad y siguiendo la tradición familiar india, Lata se fue a vivir con su esposo a la casa de los padres de este. Una niña de doce años en manos de su marido de casi treinta.  Salir cada día a lavar la ropa era su única oportunidad para ver a chicos de su edad.

Matrimonios convenidos desde la infancia, amores imposibles, un pueblo dividido en los compartimentos estancos que eran las castas y una sociedad en la que el hombre ejercía una clara supremacía sobre la mujer. Así era la gente sobre la que debía gobernar, así era la sociedad tradicional en la que Sajjan Singh vivía y gracias a la cual, su familia se perpetuaba en el poder como una de las dinastías más antiguas del mundo.

Él era muy joven cuando murió su antecesor, su primo Shambu. Él, que amaba la poesía, la música y las artes, quería el progreso y la prosperidad para su pueblo. Por eso se alió con los británicos para que le apoyaran en la lucha contra su tío por la sucesión. Por eso acababa de crear el «Shri Desh Hitaishini Sabha». Un foro en el que debatir sobre la educación de las mujeres, sobre las supersticiones, sobre el consentimiento mutuo del hombre y la mujer a su propio matrimonio, sobre un enfoque moderno de la medicina…

Desde la terraza de su palacio en la isla de Jadmandir,  aquel amanecer del verano de 1877, Sajjan Singh contemplaba a lo lejos a las mujeres lavando la ropa en los «ghats» y soñaba con un futuro diferente para su pueblo. 

2 comentarios:

  1. Qué hermoso relato, Irene.
    Has conseguido que tus palabras llenen de imágenes la mente del lector. Casi se puede oler el amanecer, sentir la humedad del río, pensar con Sajjan Singh en el futuro de su pueblo.
    Enhorabuena, cariño.
    Un abrazo.

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    1. Gracias Fefa, me alegra que te haya gustado.

      India es un país de imágenes y sensaciones: colores, sonidos, aromas, luces... pero también es un cofre lleno de tesoros culturales, religiosos, históricos.

      No será la primera vez que escriba sobre ella:-)

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