—Hola, cariño, ¿qué tal te ha ido hoy en la oficina?
—Bien, ya parece que me voy haciendo con los mandos, pero esta gente tiene cada cosa… Espero que nos adaptemos, cielo.
—Seguro que sí. Aún llevamos poco tiempo, no podemos rajarnos tan pronto.
—¿Qué hay para cenar?
—Pues había pensado hacer un pescado con arroz, pero no sé qué ha pasado, que el arroz se me queda duro, como si no terminara de cocerse.
—¡Qué raro!
—Sí, mañana le preguntaré a la vecina, que lleva años aquí. A ver si me cuenta algún truqui. Parece una señora muy maja.
—¿Quién, la de la puerta de al lado?
—Sí, coincidí con ella en el ascensor. Bueno, algo increíble. Nos encontramos en el descansillo, nos saludamos y nos quedamos charlando un rato. Es española también. Y cuando nos montamos en el ascensor, bajaba una pareja. Nos metemos y yo saludo en plan: «Buenos días» y se me quedan mirando todos, hasta la española y nadie dice ni mú. Me he quedado cortadísima, más maleducados… Y nada, luego al salir al portal, como si tal cosa, esta mujer continúa hablando conmigo. Al final, me he atrevido a preguntarle si es que hay mal rollo con los vecinos y me dice que no, que por qué lo pregunto. «No sé, como nadie ha saludado…» Y se empieza a partir de la risa, por lo visto la maleducada he sido yo, ¡porque aquí en el ascensor jamás se habla!
—¿En serio? Bueno, yo ya me lo creo todo. Si te cuento lo que me ha pasado a mí hoy.
—Espera, que le digo a Rosita que nos vaya poniendo la mesa y me lo cuentas en la cena. A ver si consigo hacerme entender.
—¿?
—Sí, hijo, luego te cuento.
—¡Rosita!
—Sí, señora.
—¿Puede usted preparar la mesa para la cena, para el señor y para mí?
—Ahorita mismo, señora.
—Anda, vente para la habitación y te voy contando en lo que me cambio de ropa. ¡Necesito quitarme esta corbata ya!
—Bueno, ¿y qué te ha pasado?
—Pues le he dicho a Wilson que quería entrevistar uno a uno a todos los miembros del equipo en mi despacho, para presentarme y para que me contaran lo que hacía cada uno.
—Muy bien.
—Total, que primero entra Giovanna, que es mi asistente y me empieza a contar que si también hace cosas de la contabilidad y demás. Muy maja.
—Humm…
—¡Tonta! Bueno, para hacértelo corto, han ido pasando todos y, claro, cuando salían se lo debían de ir
contando unos a otros, el caso es que entra Roberto, que es un chaval jovencito que lleva la informática. El pobre estaba nerviosísimo, sudando. Y yo, imagínate, hasta los huevos ya, después de haber entrevistado a veinte.
—Pobre chaval.
—Total, que nada, le doy la mano, me presento, le pregunto cómo se llama y que cuáles son sus funciones y va y me suelta: «Espéreme un ratito, señor lisensiado, que saco la polla».
—¿Quéeeeeee?
—Imagínate la cara que he debido de poner. Y va tan pancho y saca un papelito, una chuleta, donde tenía todo apuntado. Me mira, me sonríe y me dice: «Es que lo he anotado todo para que no se me olvide».
—Jajajaja ¡qué situación! ¿Y qué le has dicho?
—Pues nada, me he empezado descojonar y luego todo lo serio que he podido, porque de verdad el chico estaba temblando, le digo: «Ingeniero, es que tal vez usted no sepa que en España el término polla se refiere al órgano sexual masculino».
—Ay, el pobre, se querría morir.
—Sí, pobrecillo. ¡Los demás ya han entrado con todo en la cabeza! Anda, ¡vamos a cenar! Me muero de hambre.
—¿Señora? No sea malita, ¿me podría indicar si está todo a su gusto?
—Sí, Rosita. Mire, el tenedor se coloca a la izquierda y el cuchillo a la derecha. ¿Ve? Así.
—¡Ahhhh!
—Déjeme que ya sirvo yo la cena.
—Sí, señora. Si me necesitan, no sea malita y deme timbrando en la cocina.
—Mira, tatar con esta mujer es agotador. No te creas, que yo también tengo lo mío.
—¿Sí? ¿qué tenemos hoy de nuevo?
—Pues esta mañana voy y le digo: «Rosita, cuando haya terminado con la cocina, coja el cubo y la fregona y dele un repaso al suelo».
—Huy, ya me lo estoy viendo. Que aquí no se puede utilizar coger.
—Ya, me he dado cuenta tarde, pero si sólo hubiera sido eso… Se me queda mirando con una cara de pasmada que ni te imaginas y se queda ahí quieta, sin hacer nada. Y yo: «Rosita, ¿me ha entendido usted? » Y esta, igual que el ingeniero ése tuyo, empieza a ponerse nerviosa y al final me confiesa que no, que no sabe lo que tiene que hacer.
—¿Y qué has hecho?
—Respirar muy hondo y rebuscar palabras en mi diccionario mental hasta que he dado con la clave. Cuando le he dicho: «Vamos a ver, Rosita, agarre este balde y el trapeador y pase el piso», se le ha iluminado la cara y me ha respondido: «Ahhhhh, así ha sabido ser…»