domingo, 26 de mayo de 2013

LO VAS A HACER MUY BIEN

Desde de que nos conocemos, hace más de treinta años, Elsa siempre ha vestido con ropas de colores alegres. Cada vez que salíamos de compras yo siempre le decía: “Elsa, gordi, la ropa oscura estilizaría tu imagen. Te lo digo con todo el cariño del mundo”. Nunca se tomaba a mal mis comentarios sobre su cuerpo pero, terca como una mula, seguía insistiendo en sus camisas naranjas combinadas con pantalones fucsia.

Y así ha sido ella siempre, a su aire, ella misma. La vida nos ha llevado juntas por caminos a veces difíciles y a veces divertidos y últimamente me tiene preocupada. Un día, hace un par de años, me contó que había hecho un viaje astral. La encontré taciturna durante varias semanas y luego se le pasó. Pero sigue haciendo cosas raras. Por ejemplo lo de leer. Siempre habíamos compartido los libros que nos gustaban, tampoco nada del otro mundo, novela histórica y best sellers como los de Dan Brown, pero es que desde hace un año le ha dado por leer a Lao Tsé y a Osho, y de verdad, que la encuentro muy rara.

Hace un mes me contó que había ido a ver a un terapeuta especializado en regresiones y que estaba haciendo un trabajo de sanación. Me dio mucha pena por ella. La vi absorbida por todos esos asuntos esotéricos y de energías positivas y pensé que cualquier día me diría que se iba a Oklahoma con alguna secta, como esas del Richard Gere.

La semana pasada me escribió ¡un email en letras verdes! Bueno, esa es otra, ahora ya no quedamos para tomar cañas y a fundir la VISA como antes. En él me contaba que la terapia de regresión le estaba ayudando mucho:

“Mi querida Marta. Sé que ya no nos vemos como antes, pero has de saber que te sigo queriendo igual o incluso más. He descubierto el amor universal e incondicional.

Quiero contarte lo que ha pasado con las sesiones de regresión que te dije. Tomás es un hombre especial, sabe escuchar no sólo las palabras, sino el lenguaje del alma. El primer día, sin apenas yo contarle nada de mi vida me dijo: “Tu padre está muerto, ¿verdad?” Me quedé de piedra. “No temas, es que va siempre contigo y ahora está aquí con nosotros para ayudarte”. En otro momento me habría ido corriendo de allí, pero lo dijo con una voz tan tranquilizadora y estoy tan curiosa desde aquel viaje astral que te conté de hace años, que decidí quedarme.


Empezamos la sesión y me dijo que cuando contara tres hacia atrás, tendría que irme hasta el día en que se murió mi padre y fijarme en todos los detalles. “Tres, dos, uno, vete al día en que murió tu padre”. Fue muy fuerte, Marta. Me acordé de todo, hasta del más pequeño detalle. Recordé cómo mi madre vino a despertarnos aquella mañana a mi hermana y a mí. Yo dormía en la litera de arriba y según la vi, con la cara desencajada y horrible toda de luto, solamente pude decir “¿Se ha muerto papá?” Después vi cómo Luisa, la súper amiga de mi madre entraba a nuestra habitación y con una voz muy dulce, le hablaba a mi hermana: “¿Sabes Cristi? tu papá ahora está en el cielo y está muy bien”. Desde la cama de arriba yo lo oía todo y lloraba sola, desconsolada.

Tomás me despertó y yo estaba llorando como una niña pequeña. Me habló dulcemente y me dijo: “Cálmate, todo va a ir muy bien, pero tienes que hacer un trabajo y poner mucho de tu parte”.

En la siguiente sesión me pidió que cuando contara hasta tres, de nuevo en sentido inverso, me fuese otra vez al día en que murió mi padre, pero a un momento preciso, cinco minutos antes de que mi madre me despertase; que me imaginase que yo, así como soy ahora, una mujer adulta, entraba en la casa de mis padres y sin hablar con nadie me iba directamente a la cama donde estaba esa niña y me pusiera junto a ella y que cuando la niña se despertase y volviese a vivir todo aquello, yo tendría que consolarla.

Marta, aquello fue increíble. Empecé como en un sueño. Me vi entrando a casa de mis padres con mi propia llave y allí había un montón de gente llorando alrededor de la cama de mi padre que estaba muerto. Contemplé la escena y me dirigí hacia mi habitación de cuando era pequeña pero, cuando iba por el pasillo, sentí una mano que me cogía del brazo. Era mi padre. Estaba allí a mi lado y me decía: “Hola Elsa, me alegro de verte. No te preocupes por esa gente. Están alrededor de un cuerpo, pero yo ya no estoy ahí. Ve a lo que has venido, lo vas a hacer muy bien”.

Seguí hacia mi cuarto, contenta y segura por haber hablado con mi padre, me metí en la cama con la niña, o sea conmigo misma, y cuando llegó mi madre, me despertó y luego se fue, me quedé yo con ella, las dos juntas abrazadas. Luego me desperté. Fue maravilloso, Marta. ¡Me sentía tan en paz, tan bien!


Estoy deseando verte y que hagamos algo juntas, como siempre.

Un beso,

Elsa”



Ayer vi unas fotos suyas en Facebook. En la presentación de un libro o algo así. Llevaba un vestido negro de cóctel. Estaba preciosa. Resplandecía.

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