sábado, 4 de mayo de 2013

TE CONTARÉ UN DÍA


Querido hijo:

Sólo tienes dos años y aún eres algo jovencito para entender lo que te quiero decir, pero siento que el tiempo apremia. Por eso he decidido escribirte esta carta, para que si algún día te falto y no puedo hablar contigo, sepas cuánto te quiero.

Has de saber que tenías un hermano que nunca llegó a nacer.  Cuando todavía era un pequeño amasijo de veinte o treinta células, un día empecé a sentir mucho dolor en mi vientre. Papá y yo fuimos de inmediato a ver al médico y nos confirmó que aquel pequeño corazón en ciernes había dejado de latir. Nos sentimos tristes, abatidos, derrotados. Pero el doctor, que en aquel país extranjero se había convertido en mi padre, mi psicólogo y mi confesor, me dijo:

- Ángela, aún eres joven y podrás tener más bebés.
- Pero ¿por qué? ¿por qué tuvo que morir? ¿qué hicimos mal?
- Probablemente este bebé iba a nacer con problemas. A veces, la vida es muy sabia. Os dará una segunda oportunidad si de verdad queréis ser padres.

En nuestro desconsuelo encontré un atisbo de razón. ¿Realmente queríamos aquel bebé? Papá y yo habíamos pasado unos meses antes por una crisis que casi nos llevó al divorcio. Como parte de la causa estaba el que llevásemos varios años sin querer tener hijos y que nuestra relación como pareja había empezado a tocar techo. Necesitábamos nuevos retos y pensamos que un hijo lo era.

¡Qué gran error! Un hijo no es una solución ni tampoco un reto. Un hijo es el milagro del amor. Por eso creo que tu hermano no quiso nacer.

Tardamos algunos meses en recuperarnos de la pérdida y en entender aquel mensaje de la vida. Y cuando estuvimos convencidos de que seríamos unos buenos padres, fuimos a buscarte, o tal vez fuiste tú quien nos eligió. 

Te sentí desde el momento mismo de tu concepción. El doctor me había dicho que ya estaba preparada para un nuevo embarazo y aquella noche del veintiséis de marzo, papá llegó de viaje. Estábamos en el apartamento de Bogotá y en lugar de salir a cenar con los amigos nos quedamos en casa. Queríamos con toda nuestra alma tener bebés y aquella noche, mientras hacíamos el amor con muchísimo amor, sentí un pinchazo en mi tripa. Fue una especie de pequeña descarga eléctrica y la sensación de que una pequeña garrapatilla se había enganchado a la pared de mi útero. Supe que en ese momento acabábamos de crearte y me sentí feliz, muy feliz, por ti, y por el don de la naturaleza que supone poder crear una nueva vida a partir de dos células. Porque uno lo puede estudiar en el colegio, incluso verlo en el microscopio, pero sentirlo en tu propio cuerpo y sentir que formas parte de esa cadena infinita que es la vida sobrepasa cualquier experiencia.

Cada día, cuando veo tus enormes ojos azules y esa sonrisa tuya con apenas cuatro dientecitos, vuelvo a sentir el amor y la felicidad de aquella noche en que invocamos al universo y éste consintió en hacernos parte de él. Cada día en que te ríes y agarras mi dedo con tus manitas, sé que llevas el amor en cada una de tus células.

Cuando algún día te llegue el desaliento no te dejes vencer y siente lo que de verdad eres: pura magia de la vida.

Mamá

No hay comentarios:

Publicar un comentario